Ser gerente hoy no es un oficio fácil, pero es ciertamente un oficio fascinante y un extraordinario reto. Se trata nada menos
que de llevar a cabo una profunda transformación: pasar de un ambiente
previsible a un ambiente de alta incertidumbre; de un mundo cerrado y protegido
a un mundo abierto; de una empresa cuya rentabilidad dependía de factores
externos a una empresa auténticamente competitiva. ¿Cómo emprender esa
transformación? ¿Cuáles son los elementos cruciales y dinamizadores del cambio?
Identificar el camino de la competitividad es la esencia del reto gerencial del
presente.
Son pocos los que todavía dudan
que para ser competitivo en cualquier actividad productiva hace falta enfrentar
la presente ola de cambios tecnológicos. Pero el aluvión de promesas asociado a
la incorporación de equipos de computación, técnicas japonesas, paquetes de
software como los de manejo y planificación de los recursos (MRP-II) o los
sistemas de información y manejo gerencial (MIS) no siempre han llenado las
expectativas; por el contrario, el número de fracasos - pocas veces francamente
admitidos- es bastante bueno.
Con esta preocupación, hace
algunos años Ingersoll Engineers, una firma consultora inglesa, realizó un
estudio entre empresas británicas para determinar el nivel de riesgo implícito
en la incorporación de tecnología computarizada en la industria. Los resultados
fueron poco menos que sorprendentes. El trabajo demostró la probabilidad de
fracaso era mayor mientras mayor era el monto de la inversión en equipamiento
moderno. Este resultado tiene muchas explicaciones posibles. Una de ellas es que
las grandes inversiones tienden a requerir una curva de aprendizaje más larga
que las pequeñas y el estudio puede haber capturado momentos en medio de
procesos inconclusos. Sin embargo, se ha podido comprobar que parte de los
fracasos tienen su origen en la obsolescencia gerencial. Ni las nuevas
tecnologías, ni las nuevas técnicas organizativas pueden rendir sus potenciales
frutos cuando se intenta incorporarlas en las viejas organizaciones rígidas. De
allí que el éxito aparezca con mucha más frecuencia en las empresas que ponen el
acento en la transformación organizativa.
En efecto, el cambio tecnológico
que está ocurriendo va mucho más allá de la sustitución de equipos o de la
incorporación de innovaciones organizativas aisladas (como el control
estadístico de procesos, los círculos de calidad, etc.). Se trata nada menos que
del desmantelamiento de todo el edificio del viejo sentido común gerencial. En
esencia, el reto actual de la competitividad no consiste en la selección de
tecnologías o técnicas sino en la adopción de un nuevo sentido común (con
el cual de paso se facilita el seleccionar bien entre las opciones
tecnológicas).
En virtud de adaptar
esquemas tecnológicos de manera gradual
que no contribuyan al desmantelamiento de la estructura de recursos existentes
en la organización, sino al cambio progresivo de los esquemas de trabajo dentro
y fuera de la organización , que garanticen una mayor competitividad interna y
externa de las empresas.
En este marco teórico es necesario
considerar los paradigmas tecnológicos
existentes que se basan en la innovación y productividad, de igual manera las
propuestas flexibles que tratan de cambios graduales en la organización.
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